
Xólotl: Ciclos de vida y muerte
Por Isaac Darío Aguilar Ortega
Fotografía: Carlos Fernando Sánchez Ruiz y Alejandra Zamora Canales

En muchas culturas prehispánicas de México, la muerte no se concebía solo como un final, sino como una presencia constante que junto a la vida representa un ciclo que nos lleva al respeto, la reflexión y la gratitud por cada experiencia. Sin embargo, comprender la muerte no es restarle valor a la vida, es un llamado a apreciar nuestro tiempo, nuestras relaciones y nuestra propia capacidad de vivir.
En esta edición de Revista Gaceta UAEH, entrevistamos a Sergio Sánchez Vázquez, profesor investigador del Área Académica de Antropología e Historia de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo (UAEH) para conocer más respecto a la cosmovisión de la muerte como pasaje hacia otra vida entre los pueblos prehispánicos de México.
Nemiliztli: Existir para morir
Para algunos pueblos prehispánicos, la muerte era un concepto ligado a la cuestión religiosa, un proceso transitorio que nos abría las puertas a un nuevo comienzo en un plano completamente diferente. En otros casos, era una manera de reintegrarse a la tierra, en tanto que para otros era un ser cadavérico, una entidad capaz de devorar y borrar cualquier rastro de nuestra existencia.
Pese a esto, la muerte y la vida se consideraban inseparables, pues se tenía la creencia de que cada cuatro años los muertos regresaban al mundo de los vivos. Por ello, quienes morían eran enterrados con ofrendas, como alimentos, y en algunas ocasiones se sacrificaba a un “acompañante” destinado a asistirlos en el más allá.
Tlami: Un sitio para las almas
No se puede hablar de un viaje sin mencionar el destino. En este caso, el Mictlán, o reino de los muertos, era el lugar al que las almas emprendían su camino transformador, un lugar sagrado para los pueblos prehispánicos, que a su vez funcionaba como un recordatorio de que la muerte permanece siempre unida a la memoria y al legado de quien inicia un nuevo camino.
El docente Garza compartió que, como en la vida misma, el trayecto de los muertos estaba lleno de desafíos, los cuales había que superar a lo largo de nueve niveles que simbolizaban el equilibrio entre la fuerza, la paciencia y el conocimiento.
“El Mictlán no era un castigo ni un olvido, era más bien, un viaje que nos invita a honrar y reconocer el valor y fragilidad de lo que significa vivir”, mencionó.
Así como cada vida es distinta, la muerte también lo es. A diferencia de otros pueblos o culturas, el México prehispánico ofrecía un lugar de descanso específico para cada persona, según la forma en que moría. Pero entonces, ¿cuáles eran los destinos que aguardaban tras el último suspiro? Sergio Sánchez los compartió con Revista Gaceta UAEH.

Sergio Sánchez Vázquez, profesor investigador del Área Académica de Antropología e Historia de la UAEH.
Mictlantecuhtli generalmente era representado como un esqueleto, portando un gran tocado adornado con plumas de búho.
Nochan: Más allá de la muerte
Recién nacidos: cuando los bebés solo se habían alimentado de leche materna y fallecían, su alma se dirigía al Chichihuacuauhco, un árbol de senos, en donde se prendían de uno de sus pechos hasta que algún dios los desprendía para permitirles renacer.
Muertes asociadas con el agua: si alguien moría ahogado, alcanzado por un rayo, durante tormentas o a causa de enfermedades que provocaban heridas purulentas, su lugar de descanso era el Tlalocan (el paraíso de Tláloc), un cerro invertido lleno de frutos, plantas, animales y fuentes de agua, donde las almas podían recrearse.
Guerreros muertos en batalla: considerada la muerte más honrosa, el destino de quienes perecían en combate era convertirse en colibríes o mariposas y llegar al Tonatiuh Ichan (la casa del Sol), donde acompañaban al astro desde su salida hasta el mediodía durante cuatro años, para después descender al Mictlán. Cabe mencionar que las mujeres que fallecían durante el parto también eran consideradas guerreras; por ello, compartían ese mismo destino, aunque ellas acompañaban al Sol desde el mediodía hasta su ocaso.
Muerte natural: para estas almas, el Mictlán era su destino final de manera directa.

Tlatzacuiltia, Ximocehui: La otra cara de la muerte
Así como existía la muerte honrosa, en otros casos dejar este plano podría estar asociado a un contexto más complejo: los la muerte por sacrificio eran consideradas sagradas, ya que representaban una forma de devolver a los dioses parte de la sangre que ellos ofrecieron para la creación de los seres humanos. Aunque se consideraba un privilegio morir de esta manera, no todos corrían con esa misma suerte.
Usualmente, las personas capturadas en guerra eran sacrificadas a los dioses y el método principal consistía en la extracción del corazón. Por otra parte, la muerte también se utilizaba como castigo por transgredir las normas sociales, como el adulterio, el robo o el homicidio, por lo que la ejecución podía variar desde la decapitación hasta el apaleamiento de la persona culpable.
También existía algo parecido a lo que hoy se conoce como la muerte asistida, era común en los pueblos chichimecas. Cuando una persona entraba en una edad avanzada que ya no le permitía cazar se le clavaba una flecha en el cuello para posteriormente sepultarlo honrosamente, mientras que en la nobleza pasaba algo similar, cuando un gran señor sentía que no era apto para gobernar, accedía a morir para que se realizara una sucesión.
Desde ese entonces, la muerte también se asoció con la tragedia, pues en algunos casos las personas eran invadidas por un sentimiento de desamparo y vergüenza tan profundo que se alejaban de aquello que conocían como hogar para terminar sus días. Tal es el caso de Ce Ácatl Topiltzin Quetzalcóatl, quien se prendió fuego tras ser desterrado por el dios Tezcatlipoca.
Para el pueblo mexica, lo más valioso en la vida era alcanzar la virtud y la armonía, buscando un profundo arraigo con la naturaleza y su comunidad.
Cualli Yoliliztli: El valor de la vida
“La muerte puede generar temor debido a la incertidumbre de no saber qué pasará después de que muramos. Sin embargo, no hay nada comparable a la experiencia de vivir: descubrir lo que nos rodea, entender el mundo y sentir. Solo tenemos una oportunidad, por lo tanto, pienso que debemos disfrutarla”, expresó Sergio Sánchez.
La muerte es un horizonte inevitable que los pueblos prehispánicos aprendieron a mirar con respeto y dignidad. Es la muerte misma la que nos invita a cuidar cada día, porque en la memoria, los afectos y los actos que compartimos, la vida encuentra un verdadero sentido.